Pocos años después de la inauguración del primer Museo de la Mujer en Bonn se expuso en el MOMA de Nueva York la exposición de arte contemporáneo An International Survey of Painting and Sculpture.
Esa cita ofrecía obras de 169 artistas, pero solo 13 de ellos eran mujeres. Pronto, un grupo de protestantes, todas ellas mujeres, comenzaron a mostrar rechazo a las puertas del museo. Se hacían llamar las Guerrilla Girls e iban ataviadas con máscaras de simios.
En esta protesta participaron mujeres de todas las edades y procedencias étnicas. Utilizaban una máscara del personaje de KingKong para señalar el dominio masculino, pero en sus intervenciones tomaban como pseudónimo nombres de artistas femeninas: Frida Kalho, Lee Krasner o Eva Hese.
Eran mujeres feministas que señalaban abiertamente al mundo la injusticia del mundo del arte, la posición de inferioridad que vivían las mujeres en esta disciplina. Las acciones de protesta en el MOMA continuaron con otras más adelante, en las que denunciaban el sexismo de coleccionistas, críticos y propietarios de galerías de arte.
La actividad de las Guerrilla Girls se expandió a otros temas como los conflictos bélicos, el aborto, la violación y la pobreza. El objetivo inicial se mantenía, que era el de conseguir una mayor repercusión para las mujeres en el arte. Ya no era tanto alcanzar una representatividad del 50% en las exposiciones, sino lograr que no existieran barreras para la visibilidad de las artistas femeninas.
A partir del año 1999 las Guerrilla Girls comenzaron a disgregarse, incluso con algunos episodios judiciales un tanto desagradables. No obstante, este movimiento de denuncia y crítica social que se extendió por más de una década fue muy relevante para avanzar en la igualdad en el mundo del arte. No fue el primer acto multitudinario de protesta, pero sí fue original, irónico, descarado y eficaz.
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