Bajo el discurso de la participación ciudadana y la incorporación de los sectores históricamente olvidados de nuestra sociedad, estos regímenes entendieron la democracia de forma minimalista, como meros procesos electorales, vaciando de contenido -mediante políticas clientelares- a las organizaciones y movimientos sociales que se había empoderado durante la etapa de resistencias al neoliberalismo.
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Las políticas sociales fueron necesarias para poder implementar un objetivo impronunciable: establecer alianzas entre las élites emergentes y las clases dominantes tradicionales, para gobernar a los subalternos con las menores resistencias posibles, aunque decir gobernar no es adecuado por insuficiente. Se trata de la modernización capitalista de la sociedad que pasa por integrar a los de abajo limando sus diferencias culturales, lo que Aníbal Quijano denomina como heterogeneidad estructural de América Latina. La promoción del consumo entre los sectores populares y la inclusión financiera de los mismos fue tanto como abrir las puertas a un modo de gobernabilidad que nunca había calado tan hondo en las camadas más sumergidas, para adocenarlas, por un lado, y lubricar la acumulación de capital, por otro.
Bajo el discurso de la participación ciudadana y la incorporación de los sectores históricamente olvidados de nuestra sociedad, estos regímenes entendieron la democracia de forma minimalista, como meros procesos electorales, vaciando de contenido -mediante políticas clientelares- a las organizaciones y movimientos sociales que se había empoderado durante la etapa de resistencias al neoliberalismo, produciendo ciudadanías inactivas, en lugar de promover sociedades concientizadas y libres de las inseguridades e incertidumbres que el capitalismo difunde.
Estamos atravesando un cambio de época mucho más profundo del que insinuaron los gobiernos progresistas que, en el fondo, apenas intentaron conducir la notable energía popular hacia las aguas estancas de la representación, o sea, de la política estatal. Los momentos candentes de las luchas sociales (parlamentos indígenas-populares de 2000 en Ecuador, cuarteles aymaras en el altiplano boliviano en 2000-2001, asambleas populares en Argentina en 2001-2002) fueron momentos antiestatales pero también antipartidos, dos modos organizativos que responden a la misma lógica. Respecto a esos momentos, la recomposición estatista-progresista fue un paso atrás, un retroceso. Para quienes apostamos a la emancipación colectiva, el punto de referencia debe ser siempre el grado más alto alcanzado por la lucha social y nunca aquello que es posible conseguir. Lo posible es siempre el Estado, el partido, las instituciones existentes. Pero la emancipación no se puede detener allí.
- Autores: Decio Machado y Raúl Zibechi
- Colaboradores: Luis González, Nacho García, Ruth López, Alicia Alonso, Rosa Zafra, Paloma Monleón, Isa Álvarez, Jordi Martí Font
- 176 páginas
- Editoriales: Zambra/Baladre/Libros en Acción/CGT (enero 2017)
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