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Frente a quienes perciben esta crisis como la del orden, el Estado atiza la brutalidad de su policía dotándola de un arsenal militar cada vez más poderoso y fornido, para el regocijo de los vendedores de armas. Paul Rocher desmonta la retórica humanitaria de los defensores de las armas: el recurso cada vez más masivo de armas no letales es la marca del estatismo autoritario, cada vez más intolerante contra la protesta en un período de retroceso social notorio.